Tan solo seremos libres, cuando no tengamos nada más que perder.

19 agosto 2013

Guerra y pólvora

Los cristales de las ventanas temblaban cada cinco segundos 
como la superficie del agua un día de fuerte viento. 
El aire apestaba a pólvora y ya casi no quedaban reservas.
Aquella pequeña habitación sin quererlo oyó la guerra, 
pero no puede decirse que la hiciera, más bien vivió de ella. 
Allí se estrellaba la vida, no como una quimera oculta tras todo el humo, 
sino como una cálida certeza que huele a sueños y a dinamita. 
Y es que en esas cuatro paredes, como en el resto del mundo, 
las heridas tardan en cerrarse (sobre todo las que aún gotean) 
y se infectan a su antojo con recuerdos y rencor. 
La guerra finalmente produjo que el mundo se partiera en dos, junto a los recuerdos, 
como si todo lo que hubiera ocurrido antes, hubiera ido a parar a un limbo 
o a uno de esos bolsillos que nadie es capaz de meter la mano.

Debieron de sentir la mordedura del frío.

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